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Constanza Jáuregui Tama: "El racismo y otros demonios santificados"

 Cara a cara con este hombre que es "diferente de él", el blanco necesita defenderse. En otras palabras, necesita personificar al otro. El otro se convertirá en la mayor de sus preocupaciones y deseos.

Frantz Fanon, 1952.

 

En América Latina vivimos una realidad atravesada por la desigualdad y el racismo, entrelazados entre sí y agudizados por la negación de su existencia y la deslegitimación de éstos como asuntos que requieren atención y esfuerzos para erradicarlos. La negación y deslegitimación parten del nacimiento de los Estado-nación –institucionalización del hombre blanco, heterosexual y poderoso- pues se consideraba que el reconocimiento de identidades diversas provocaría su fragmentación. Apelando por lo tanto a una identidad homogénea, se promovió el mestizaje como una etnia común que, aunque aparentaba igualar a todos, inferiorizaba a lo negro y a lo indígena, asociándolo con el salvajismo y la pobreza; a la par que enaltecía lo blanco-europeo asociado al desarrollo, la cultura y la modernidad. Fue así que surgía un mestizaje de pieles claras. Entonces, al construir un Estado alrededor de lo mestizo, se anulaba por completo lo indio y lo negro, razón por la que hoy nos enfrentamos a una relativización del racismo estructural y cultural con rezagos de un pasado esclavista aún arraigado en nuestras mentes, expresiones e instituciones.

Ya decía Ángela Davis que “en una sociedad racista no basta con no ser racista. Hay que ser antirracista” y además, hay que ser traidoras de la etnia y de la clase. Eso sí, debemos tener mucho cuidado al usar esas palabras clave que a día de hoy son tan utilizadas y ¡gracias a Dios! –como diríamos en Cuenca-, problematizadas: “raza”, “clase”, “etnia”, ya que una de las características importantes de esta invisibilización del racismo ha sido encubrir el papel que juega, argumentando que la desigualdad que viven lxs negrxs e indígenas es una cuestión solo de clase y no de raza y que su pobreza se debe al legado de la esclavitud y otras desventajas del pasado, restándole importancia la violencia contemporánea e incluso excusándolo. Es complejo deshacerse de la deuda histórica que nos dejó la esclavitud pero va más allá, ese “primer” racismo encuentra una forma de preservarse con formas más sutiles a través del racismo contemporáneo que entiende como producto “lógico” del pasado, la desventaja estructural del presente.

En este punto, entramos las feministas a hablar de interseccionalidad[1]  porque no podemos elegir qué opresión es menos fuerte o con cuál nos quedamos, sabemos que la colonialidad, el patriarcado y el capitalismo son sistemas que se refuerzan entre sí y que no podemos jerarquizar las opresiones invalidando unas y exaltando otras sino que debemos entenderlas como una estructura que oprime a todo lo que se asume como el “otro”. 

La construcción del “otro” no se ha acuñado solo como categoría de un sujeto distinto, sino como un no-sujeto. Cuestión que empeora para nosotras las mujeres y las disidencias sexuales: no-sujetos de las que se puede disponer y disfrutar, aún en contra de nuestra voluntad porque las opresiones de las que hablábamos antes, han provocado que se nos deshumanice y lo han hecho con el aval de la ciencia y la religión. Los indios eran personas sin alma, los negros no eran personas y las mujeres éramos y -aunque parezca increíble-, aún somos personas de segunda categoría o mejor dicho, objetos de posesión por el rol que nos asignaron las religiones: encarnación del pecado y además,  sujetas no “ciudadanas” a las que se ha negado el ámbito público por la división sexual del trabajo

¿Cómo nació el mestizaje? La historia oficial nos ha romantizado los sucesos pero una verdad que fue negada por la humanidad durante años, es que el mestizaje es el producto de violaciones a mujeres indígenas y negras, mujeres racializadas y explotadas al igual que sus territorios. Jamás fueron reconocidas o reparadas. Actualmente, escuchamos un relato “heroico” de esas mujeres, que nuevamente cae en la romantización y en la deshumanización de ellas y de nosotras. Nos preguntaremos, ¿heroínas por parir a los hijos de sus violadores? Bueno, el argumento sostenido hasta ahora es que lograron “purificar la raza inferior” a costa de su dignidad. 

Hay una deuda pendiente: reinventar nuestra identidad mestiza fuera de la blanquitud [2]  o el mestizaje de piel clara, y reescribir la historia fortaleciendo nuestra conciencia étnica, de clase y de género para “¡Deshelar la América coagulada! ¡echar, bullendo y rebotando por las venas, la sangre natural del país!” (Martí, J. 1891). La sangre natural de Abya Yala negra, chola, india, montubia.

Bibliografía: 

I.         Crenshaw, K. (1998) Demarginalising the intersection of race and sex. A black feminist critique of antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politics. University of Chicago legal forum, 14, pp. 538-554.

II.        Leys, N. (1991) The Hour of Eugenics: Race, Gender and Nation in Latin America, Cornell UP, Ithaca.



[1] Interseccionalidad se refiere a la interacción entre el género, la raza y otras categorías de diferenciación en la vida de las personas en las prácticas sociales, en las instituciones e ideologías culturales. Interacciones visibilizadas en términos de poder. (Crenshaw, 1998).

[2] Se entiende como blanquitud al pensamiento eugenésico que afirmaba la superioridad biológica y por tanto cultural de los europeos. (Leys, 1991).

 

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Sobre la autora: Constanza Jáuregui Tama, nacida en Cuenca-Ecuador pero identificada como latinoamericana más que como ecuatoriana. Es una joven de 19 años, militante comunista en constante construcción y feminista. Estudiante de ciencias jurídicas que cree en un Derecho no punitivista y en la pedagogía popular comunitaria.




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