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El instrumento político de la represión: El estado de excepción -Ni fu, ni fa, N°2-

 

El 18 de octubre de 2021 dos sucesos conmocionaron al Ecuador. El primero, el inicio del paro nacional campesino convocado por diferentes organizaciones sociales de campesinos. Los manifestantes cerraron las vías en Guayaquil, Babahoyo, Guaranda, Quevedo y Daule. La razón por el cierre de las vías fueron: la estabilización del precio de los combustibles, la falta de atención al sector agrícola y el alza del precio del arroz. El segundo suceso, estrechamente ligado con el primero, fue el decreto de Estado de Excepción por parte del presidente Guillermo Lasso. ¿La excusa? Dotar de fuerza a los policías y militares para combatir la delincuencia.

Sin embargo, el descontento popular, en contra de las políticas neoliberales de Guillermo Lasso, se está acumulando. En ese marco, el presidente de la república sabe que su estabilidad en el poder pende de un hilo. Primero, su gobernabilidad tambalea ya que no cuenta con una mayoría en la Asamblea y, en ese sentido, se le dificulta agilizar sus leyes. Segundo, porque ya no cuenta con legitimidad y respaldo popular como al inicio de su mandato.

Naomi Clein sugiere en su libro “la doctrina del Shock” que, en tiempos del retorno neoliberal, los estados usan -dentro de su discurso- el fenómeno de la inseguridad. De esa manera, se configura una sensación de indefensión por parte de la ciudadanía y los medios de comunicación contribuyen a alimentar el pánico. En efecto, los Estados proponen la securitización como respuesta a los problemas delincuencias que, sin duda, son provocados por las brechas de desigualdad generadas por el propio neoliberalismo. En ese estado de cosas, los gobiernos imponen estados de excepción. Así, se otorga facultades extraordinarias a las Fuerzas Armadas y a la Policía para vulnerar los derechos elementales de la ciudadanía.

En ese sentido, Lasso utiliza el recurso del temor para sostener su gobierno. Sabe el presidente que ya se acabó el apoyo obtenido por el plan de vacunación y, de aquí en adelante, tendrá que sostener su imagen con “obra pública”, empero, se sabe que es nula. Sin embargo, la agenda económica, que imponen desde Washington –FMI-, no puede detenerse. Por tanto, normativas como la “Ley Creando Oportunidades” –desde la perspectiva de Lasso- tiene que ser aprobada. Incluso, amenazó utilizar el recurso de la muerte cruzada en caso de no encontrar respaldo en el legislativo. En consecuencia, y ante su falta de estabilidad política y legitimidad popular, el gobierno busca gobernar por medio de prácticas totalitarias. Es decir, se introduce un discurso de intento de desestabilización política. Asimismo, se etiqueta de vándalos y golpistas a las personas que protestan en contra del régimen y, en efecto, la sociedad civil y los manifestantes se convierten en los enemigos del Estado y de la fuerza pública.

En un país democrático la protesta social es un derecho constitucional. Sin embargo, los gobiernos neoliberales olvidan que fueron elegidos en democracia y utilizan sus poderes ejecutivos para imponer modelos políticos de represión. En consecuencia, aprueban políticas económicas por las cuales no fueron elegidos y, al darse cuenta del descontento social que provocan, blindan su permanencia en el poder usando a la fuerza pública. Guillermo Lasso llegó al poder tras manejar –demagógicamente- un discurso del diálogo con diferentes sectores sociales. No obstante, el diálogo no es fructífero porque su gobierno defiende los intereses de las élites y no de las grandes mayorías. Así, entonces, el grueso de la población no se identifica con las medidas antipopulares de este gobierno. Como respuesta: diferentes procesos de organización sindical, estudiantil e indígena se están gestando.

Ahora bien, la correlación de fuerzas políticas aún está muy inclinada hacia la defensa de los intereses de las élites. El gobierno y los grupos empresariales cuentan con la fuerza pública para su protección. Por otro lado, la sociedad civil añora el paro de octubre de 2019 como símbolo de lucha y resistencia. Empero, las condiciones materiales y organizativas no presentan un grado de desarrollo importante como para sostener un paro nacional de la magnitud de octubre. En ese sentido, el gobierno de Lasso da un paso adelante al decretar el Estado de excepción. Es decir, detiene las condiciones normativas para que las personas se organicen y puedan hacer uso de las protestas sociales de calle. No obstante, hay dos posibilidades: la primera, el estado de excepción impide que la gente siga protestando y acumulando organización para demostrar su inconformidad. La segunda, el estado de excepción provoca malestar en la ciudadanía y es el detonante para empezar un largo proceso de lucha colectiva.

En conclusión, el escenario político está tenso. Las élites saben que no es fácil imponer las leyes que los benefician y el gobierno intenta aprobarlas sin importar las consecuencias. Por otro lado, la ciudadanía es consciente que si no lucha en las calles se perderán los derechos laborales que tomaron más de un siglo de conquista. En ese sentido, la lucha de clases se hace evidente. Por un lado, se encuentran los grupos empresariales apoyados por el Estado y la Fuerza Pública. Por otro, las clases populares que intentan defender con dignidad sus derechos humanos y laborales. Esto ocurre mientras, en el mundo, la agenda política internacional profundiza los programas neoliberales; expectantes de que en Ecuador ocurra lo mismo. Una vez más, ¡la lucha es la respuesta!

Caricatura facilitada por: Zinecdoc/Apxel.

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            Sobre el autor: Ni fu, Ni fa ¡El debate acá! Es un medio de comunicación digital. Nuestro periodismo está enfocado en los fenómenos políticos coyunturales en el Ecuador. Asimismo, consideramos que el debate y el diálogo son herramientas críticas para la construcción de una opinión pública democrática.

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