Los
problemas de la sociedad, y los sistemas dominantes de la misma, tienen una
incidencia en la mayoría de industrias, incidencia que a su vez recae en las
personas en su rol de consumidoras. Una de las industrias que mayor influencia
tiene en la economía de todos, en la afectación ambiental mundial, e incluso en
casos de explotación laboral, es la de la moda.
La
producción, venta y distribución de ropa, calzado, bisutería, accesorios tiene
sus áreas grises. Para poder identificarlas es necesario que partamos de la
idea de los sistemas de producción hoy conocidos como “fast fashion” y “slow
fashion”. El primer concepto se refiere a “los grandes volúmenes de ropa producidos por la industria de la
moda, en función de las tendencias y una necesidad inventada de innovación”
(Greenpeace, 2021), esta capacidad de producción en masa recae directamente
en maquilas o fábricas en las que existen situaciones laborales
precarias para las y los trabajadores de las mismas, que incluyen salarios ínfimos,
horarios exhaustivos y son una forma de explotación.
Por
otro lado, dentro del proceso de producción de la ropa que sigue el “fast
fashion”, se da un enorme impacto ambiental, puesto que para abaratar
costos de producción y poder generar una gran cantidad de ropa en poco
tiempo no se toman en cuenta prácticas ambientales adecuadas, es así que tan solo la
producción de ropa representa el 10% de las emisiones de CO2 a nivel global,
alcanzando esta contaminación a la tierra y el agua.
En conclusión, el fast fashion, no solo es un
sistema de producción de mucha ropa en poco tiempo, que promueve el consumo
desmedido de prendas, sino también es un sistema nocivo que nos afecta a todos.
En tal sentido, y frente a este encontramos al “slow fashion”.
A este
segundo concepto ya no se lo toma únicamente como un sistema, sino incluso como
una “tendencia y
un método, es un modo de pensar y concebir la moda desde un hacer consciente,
ético y respetuoso con el medio ambiente, los trabajadores y los consumidores” (Vogue, 2020) Dentro de esta tendencia lo que se
promueve es el apoyo al consumo local, el consumo responsable, que dentro de
los procesos de producción se paguen salarios dignos y justos; y, que se
realice a través de practicas ambientalmente adecuadas.
Resulta que el “slow fashion”, es una
buena alternativa y que son ya varios los emprendimientos de ropa, que tienen
modelos de negocio exitosos bajo estas premisas. Incluso, se ha visto que va
ganando mercado la compra en “thrift shops” o venta de segunda mano,
para darle una segunda vida a las prendas y de tal manera disminuir la
producción de nueva ropa que, en ciertos casos, tiene los problemas que se
mencionaban anteriormente.
Con estos conceptos claros, es importante
pensarlos y cuestionarlos desde varios puntos de vista, comprendiendo que los
fenómenos que nacen del capitalismo como sistema económico, no son ajenos a
nosotros y siempre deben analizarse desde una perspectiva de clase. En el
presente trabajo me voy a enfocar únicamente en como la propaganda de uso de “slow
fashion” busca de cierta manera ser impuesto, sin un adecuado análisis del
mismo.
Entonces, recapitulando la moda lenta es una
manera de concebir el consumo de ropa desde un hacer responsable y consciente,
desde el no abusar de los trabajadores y del ambiente solo por poder usar prendas
en tendencia. También implica, la comprensión de no “comprar por comprar”
sino el adquirir ropa que efectivamente vayamos a usar, que la misma sea
durable, que el tiempo de recomposición de prendas sea menor, proponer a
llegar al desecho cero de prendas, entre otros pilares.
Todo esto, sobre todo el cambio de modelo de producción
implica que los costos aumenten directamente para los consumidores. Y es bajo
esta idea donde debemos comprender que, si bien el modelo es bueno, no puede
ser impuesto o exigido para todes. Teniendo un poco de contexto, mucho se
habla del “fast fashion” de marcas como las pertenecientes a la
corporación INDITEX, a SHEIN, a REVOLVE, a Forever 21, entre otras. Es así que,
las personas que tienen la capacidad económica de compra de las marcas
mencionadas, podrían estar en el privilegio de poder decidir si consumir estas,
si consumir de manera local o si consumir de segunda mano, puesto tienen el
poder adquisitivo o privilegio de elección.
Sin embargo, dentro de este mismo modelo de
producción se encuentra la ropa que se vende a precios increíblemente bajos en
mercados, ferias o distribuidoras; que son centros de compra de otro grupo
económico que no posee los mismos privilegios de clase. Es decir, si una
persona tiene 10 dólares para comprar un pantalón que efectivamente necesita,
¿por qué se cuestionaría la forma de producción del mismo si no tiene otras
opciones de compra? Esta pregunta o señalamiento no implica justificar el
sistema que utiliza el “fast fashion”, o demeritar el “slow fashion”,
sino el conocer que no se puede exigir que todas las personas consuman de igual
manera, y que si su realidad no les permite escoger se van a seguir
manteniendo los mismos sistemas de producción abusivos. Por lo tanto, el
problema del consumo va más allá de que compramos o no, o donde lo hacemos, va
directamente ligado a las realidades socio económicas de las personas y en
muchos casos, se resume en los privilegios que tenemos o no, debido a estas
realidades.
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Sobre la autora: Cristina
Escobar es abogada por la Universidad Central del Ecuador.
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