El
neoliberalismo es incompatible con la vida. Precisamente por eso, en el
gobierno de Guillermo Lasso, se impone la represión y los asesinatos a quienes
se manifiestan por una vida digna. No son asesinatos casuales. Al contrario,
son política de Estado. Lasso, en su desesperación, sabe que la democracia no
lo sostiene. En su defecto, lo mantienen en pie las fuerzas militares, la
policía y los medios de comunicación. En otras palabras, no hablamos de una
república democrática, nos encontramos ante un estado autoritario y policial.
A
dos semanas de iniciado el Paro Nacional, Guillermo Lasso cerró las salidas del
diálogo. Desde su perspectiva, en su proyecto político no encajan las diez
propuestas de la CONAIE. Al saberlo, todo el tiempo, le mintió a la población.
Se presentó ante la opinión pública como un demócrata y conciliador cuando, en
verdad, tenía en mente imponer sus políticas de precarización por la fuerza. El
Estado se erige, en este momento, como el “gran hermano” que vigila, controla y
castiga. Se hace presente la persecución a líderes sociales,
encarcelamiento de militantes de izquierda, criminalización a la protesta
social e incluso asesinatos a manifestantes.
El
neoliberalismo comprende que solo puede imponer sus medidas económicas
pisoteando los derechos de los cuerpos que precariza.
Así, entonces, los crímenes de lesa humanidad se convierten en política de
Estado. Los cuerpos, aquellos que no importan, son contestarios frente al
autoritarismo estatal. Ponen su cuerpo de manifiesto en el espacio público con
consignas claras. Protestan frente la austeridad y demandan mejores condiciones
de vida para la población pauperizada. Aunque el Estado opera con represión
y persecución, la sociedad civil resiste con organización y protesta callejera.
No
es casual, en ese sentido, la colosal inversión que hacen
los gobiernos neoliberales a las fuerzas represivas del Estado. El
neoliberalismo, cómo modelo económico, se legítima por los grupos empresariales
que lo sostienen ideológicamente. No obstante, la sola influencia mediática no
es suficiente. Por tanto, requieren comprar la conciencia de cuerpos, en antaño
precarizados, que no vieron otra salida a la miseria que ingresar a la fuerza
pública. En ese estado de cosas, el neoliberalismo tiene un sostén de
legitimidad burguesa, pero una trinchera de protección de estrato popular -un
estrato popular alienado-.
Las
luchas sociales ponen en enfrentamiento a las clases sociales empobrecidas.
También, es un mecanismo biopolítico apuntar a que en las protestas se muera
gente pobre. Los policías, militares o manifestantes -que acrecientan las
estadísticas de fallecidos- no son de apellidos de alcurnia. No sé verá,
entonces, a los hijos de Lasso, Nebot o Noboa pelear por las causas de sus
padres. Empero, quienes llevan los apellidos indígenas y de gente empobrecida
son quienes ponen el cuerpo a las balas. Hablamos de biopolítica al
referirnos al sistema que comprende que la vida y la salud de los cuerpos
empobrecidos valen menos que la de los cuerpos de la burguesía. Por tanto, la
biopolítica solo puede ser impuesta mediante la negación del otro. El otro es
el sujeto pobre. El no ciudadano. El que no tiene derechos de asistencia médica
de calidad, de educación digna y de trabajos con derechos laborales.
En
ese escenario, y cómo el neoliberalismo niega a los
cuerpos que precariza, requiere del fascismo para imponer su sistema de exclusión.
No obstante, no hablamos del fascismo que imperó en el siglo XX. Es un
fascismo renovado; un neofascismo. Este se caracteriza por negar la otredad por
distintas razones: por ser indígena, por ser de un estrato social bajo, por ser
un cuerpo racializado, por ser de la población LGBTIQ±, etcétera. Aunque el
fascismo del siglo también excluyo las otredades descritas, tuvo la legalidad política
para los exterminios. La diferencia es que, en el siglo XXI, la legalidad no
contempla la discriminación de ningún tipo -al menos desde la teoría. Además, otra
característica del neofascismo es que vive bajo la ilusión de la
"tolerancia". Al menos así lo creen ellos. Asumen banderas
democráticas, de libertad, de respeto a las diversidades y, sobre todo, la falsa
creencia de que todxs los cuerpos tienen las mismas oportunidades.
Precisamente por eso, al hablar de neofascismo, es difícil conceptualizarlo. Los
avances en materia de derechos, a lo largo del XX y en lo que va del XXI, se
presenta como el triunfo de las otredades. No obstante, las estructuras de
dominación coloniales, capitalistas y patriarcales siguen permeando los
imaginarios y comportamientos de la población. El peligro lo vemos ahora. Sale
a flote en momentos de crisis política. Por tanto, pone incomodos -a los cuerpos
blanqueados, patriarcales y burgueses- que los “otros” se manifiesten y
protesten por sus derechos. El Estado aprovecha esa supuesta legitimidad, de la
ciudadanía discriminatoria, y hace uso de ella para imponer la persecución a
las otredades; desde los aparatos represivos del Estado.
El
neoliberalismo se conecta con el neofascismo. El carácter antidemocrático
-aunque se presente como demócrata- de Guillermo Lasso no es coincidencia. Es
el resultado del reordenamiento de las burguesías ecuatorianas que necesitaron
de un Estado autoritario para la re-acumulación capitalista.
El modelo económico neoliberal no incluye a los migrantes, a los pobres, a los
indígenas, mucho menos, a nadie que cuestione su modelo. Ante eso, intenta
aplacar el fervor popular de la mano del terror.
Sin
embargo, no todo está perdido. En tiempo de crisis social y política los
movimientos sociales encuentran la posibilidad de organizarse. La precarización
de la vida obliga a alzar la voz de reclamo. La divergencia de pensamientos
políticos de izquierdas tiene una posibilidad para la convergencia. El
saber que, solo en el encuentro en el espacio público, se puede hacer frente al
modelo político autoritario. Reconocerse un solo cuerpo dentro de las
otredades, obviamente reconociendo las diferencias, precisamente porque son los
cuerpos que el Estado neofascista relega. En el momento histórico que atraviesa
el Ecuador la unidad se hace indispensable. Es necesaria porque si el Estado
nos encuentra resquebrajados tiene mayor margen de oportunidad para
desarticular las luchas colectivas.
Fotografías de: @Picboyec
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Sobre el autor: John Piedrahita es
Politólogo por la Universidad Central del Ecuador. Es Magister en Historia por
la Universidad Andina Simón Bolívar. Forma parte del equipo editorial de “Ni
fu, ni Fa ¡El debate acá!”. Es cofundador de ContraKultura Revista y
articulista invitado en Revista Crisis. Trabaja temas relacionados con la
comunidad LGBTIQ+, la Historia Intelectual y la Historia de la Educación.
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