Ecuador acaba de vivir uno de los
levantamientos indígenas más largos y duros de las últimas décadas, tanto por
la dinámica interna del movimiento, así como por la confrontación con el
gobierno junto con la parte más elitista de la sociedad. En este artículo
pretendo analizar tanto las demandas, los repertorios de acción colectiva del
movimiento indígena, las respuestas institucionales del gobierno de Lasso y la
Asamblea Nacional, así como las reacciones de la sociedad ecuatoriana
fragmentada como la que ahora tenemos. Finalmente, me interesa destacar el
sentido y resultado de la negociación y sus implicaciones para el devenir
social y político.
Las diez demandas del movimiento indígena tienen un
carácter amplio y expresan una clara disposición de incluir no solo a personas
indígenas, sino a todos aquellos sectores empobrecidos del país. La cuestión de
los combustibles como punta de lanza de su lucha no es ciertamente una demanda
romántica, sino la clara evidencia de que, al vivir en sectores rurales
alejados de los centros urbanos, sus productos alimenticios se encarecen por la
cadena de transporte. Ciertamente, se cuestiona si el subsidio a los
combustibles es una medida inequitativa que termina beneficiando a las personas
de mayores recursos. Sin embargo, en medio de la paralización un técnico del
área señaló que no es cierto que se siga subsidiando los combustibles en el
país. De cualquier forma, se llegó al acuerdo de diseñar una política de
focalización.
Por otro lado, la justicia ambiental ha sido uno de los
grandes logros de la paralización. Derogar un decreto que amplía la frontera de
extracción de petróleo y que se plantea redoblar la producción es una ganancia
importante desde la perspectiva de los pobladores de la amazonia, así como de
la naturaleza. Modificar el decreto minero, que iba en contra de la propia
Constitución al no contemplar las limitaciones de explotación en zonas
sensibles es un avance no menor en medio de miles de hectáreas concesionadas
para explotación minera.
La declaratoria de emergencia de la salud, a pesar de las
protestas de los propios médicos al respecto previo al paro, da cuenta que los
gobiernos solo responden frente a presiones de movilización sostenidas como las
que levanta el movimiento indígena. Las solicitudes de los médicos no tuvieron
ninguna acogida mientras que las organizaciones indígenas tuvieron que
paralizar el país por 18 días para que estos mismos reclamos sean atendidos.
El anuncio de mayor inversión en educación intercultural
es otro de los resultados efectivos de las movilizaciones. Sin embargo, la
demanda no era exclusivamente para educación intercultural sino general. Nótese
la amplitud de la demanda y la respuesta de gobierno, un abismo de diferencia,
quien tiene la perspectiva integral es el movimiento indígena y no al revés.
El tema financiero y de los créditos es otro de los
logros que se amplían a toda la población en esa condición. Por otro lado,
están las demandas específicas acerca de los derechos colectivos, tema que debe
ser trabajado en las mesas que se establecieron entre los acuerdos puesto que
no se hizo un anuncio específico al respecto. En otras palabras, lo que tenemos
en la plataforma de reivindicaciones del movimiento indígena son demandas
amplias generales que benefician a la población ecuatoriana más empobrecida,
demandas materiales que tienen que ver con la subsistencia, antes que demandas
culturales o de reconocimiento exclusivas para las nacionalidades y pueblos
indígenas. Esto, aunado a las demandas de justicia ambiental, ubica al
movimiento indígena en una posición de avanzada en consonancia no solo con la
Constitución sino también con la tendencia mundial hacia la protección de la
naturaleza y sus habitantes.
Ahora bien, en cuanto a sus repertorios de acción
colectiva se evidenció un nivel de organización mucho más logrado que en
anteriores movilizaciones y levantamientos. Varias pueden ser las razones para
este avance, uno el evidente liderazgo de Leonidas Iza, presidente de la CONAIE,
y el más visible de los dirigentes en el paro. El uso de las tecnologías de
comunicación facilita mucho la organización en los territorios en este momento.
Otro factor tiene que ver con la inclusión de otras organizaciones que se
sentaron a la mesa de negociaciones junto a la CONAIE, la FENOCIN y la FEINE.
La movilización en los territorios fue amplia y contundente, no fue una
paralización centrada en Quito, sino que en muchas otras ciudades,
poblados, carreteras, caminos y vías se apostaron y manifestaron un conjunto de
actores de manera coordinada. Una muestra clara es que, luego de 16 días de
paralización llegaban a Quito nuevos manifestantes en una marcha multitudinaria
de vehículos que bloquearon la carretera más importante que une la costa con la
sierra; los nuevos manifestantes frescos y con ánimos podían reemplazar a los
que ya habían retornado a sus comunidades.
Dentro de este tema hay que tratar la cuestión de un
nivel de violencia en algunos eventos que se generalizan como si hubiera sido
la tónica del paro. Es necesario precisar que, por un lado, los propios
indígenas evidenciaron la intromisión de supuestos agentes de la policía para
dañar el carácter de la movilización, táctica vieja que usan los gobiernos más
autoritarios para desprestigiar la acción colectiva. Por otra parte, desde el
gobierno y sectores de derecha se trata de posicionar tanto la cuestión de un
supuesto financiamiento del narcotráfico, así como la existencia de grupos
subversivos que se habrían sumado a las movilizaciones indígenas. De ninguno de
los dos aspectos se han mostrado pruebas al respecto. De cualquier forma, es
necesario hacer un seguimiento al respecto y exigir que cuando se hagan esas
afirmaciones se tenga mayor rigurosidad, porque el interés que hay por detrás
es contener una acción colectiva monumental y sostenida que se acaba de dar en
el país que definitivamente marca un parteaguas en la política y dinámica
social ecuatoriana.
Por otro lado, desde el gobierno de Lasso, hay un acuerdo
incluso de los propios voceros de sectores que lo respaldan, acerca del
desastre de su actuación. Lasso salió derrotado, política y personalmente. Un
presidente ausente o más que eso, escondido, mientras el país se paralizaba y
exigía un diálogo para superar la crisis. Lo que pudimos ver fueron no acciones
sino reacciones parciales, erráticas, descoordinadas y suplantadas por nuevas
que lo único que lograban era encender más los ánimos no solo de los
manifestantes sino de una población entera que no lograba entender tanta
torpeza de un gobierno que buscó el poder por una década y no tenía idea a lo
que se estaba enfrentando, como si no hubiera vivido en un país que ya
experimentó octubre de 2019. Es que no era necesario que sepan algo de historia
acerca de un territorio que ha experimentado múltiples levantamientos indígenas
desde la colonia, sino solo que recuerden la última paralización. Aún quienes
no respaldamos a Lasso esperábamos que sea un gobierno organizado, con
liderazgo firme y con un equipo preparado; para ello habían formado un think tank
que suponíamos iba a ser el soporte no solo de análisis estratégicos sino de
propuestas de política pública, que si bien en su línea ideológica, podían
contribuir no solo a solucionar sino evitar crisis como ésta. Sin embargo, nos
dimos con la piedra en los dientes: no hubo tal liderazgo, tampoco tal
pensamiento estratégico y peor propuestas de política. Lo más anecdótico al
respecto es la invitación que le hicieron al propio movimiento indígena de que
sean ellos quienes diseñen la política de focalización a los subsidios de
combustible, hasta ahí cayeron los representantes gubernamentales.
El carácter del gobierno de Lasso quedó mucho más claro
en estas circunstancias, el neoliberalismo no es necesario explicarlo porque
está en su programa de gobierno, así como en los acuerdos con el Fondo
Monetario internacional y en su inacción en cuanto a políticas sociales y obra
pública que hemos padecido durante un año. Un Estado ausente con un presidente
también ausente configuran una reactualización del penoso laissez faire liberal
que se ha ensañado con nuestro país durante este año. Lo que sí se ha develado
de cuerpo entero es su carácter autoritario y represivo. El ministro del
Interior Patricio Carrillo se terminó mostrando como un propiciador de la línea
militarista, policial y de fuerza para solucionar esta crisis, y Lasso respaldó
consecutivamente esta línea. El resultado 6 muertos directos a causa de la represión.
De parte de la Asamblea Nacional se
intentó tomar un rol de mediación y a la vez, cuando se veían todos los caminos
cerrados, de activación de la “muerte cruzada”, un mecanismo constitucional
cuando se vive grave crisis política y social. El fantasma del correísmo
bloqueó esa posibilidad entre grupos que preferían que el número de muertos
creciera antes que abrir la posibilidad a nuevas elecciones ante la
eventualidad de que el correísmo se volviera a posicionar en el país. Los
cínicos cálculos electorales se hicieron presentes en el Partido Social
Cristiano, al cual ya sabemos que lo de social y cristiano nunca ha importado,
así como la Izquierda Democrática, que tampoco representa ese nombre. Un
vergonzoso grupo de asambleístas se abstuvieron y fueron los cómplices de que
la salida constitucional no se llevara a efecto, exactamente por los mismos
cálculos políticos.
El argumento del golpe de estado, de la desestabilización
y la perdida de institucionalidad no se sostienen, la crisis la palpamos todos
fue de tal naturaleza y la respuesta del gobierno tan torpe y cerrada que
realmente parece haber ido en la búsqueda de su propia muerte política. No hubo
los votos y el gobierno se sostiene con un puñado de asambleístas que, en
nombre de un supuesto respaldo a la institucionalidad, le importa muy poco la
suerte de este país.
Levantamientos, marchas, paralizaciones los hemos vivido
siempre en el país, pero algo inusitado que pudimos percibir ahora es el
intento de la propia población privilegiada para imponer orden por su propia
mano, es decir, el surgimiento de una suerte de paramilitarismo. Quizás la
percepción de ausencia de orden y seguridad podría haber llevado a ese sector a
tomar esa vía, lo cual aunado a un nivel de racismo y xenofobia que se desbordó
durante estas semanas hizo que se registraran varios incidentes en distintas
ciudades del país. Evidentemente, las redes sociales fueron la expresión de
estos mismos complejos sociales tan arraigados en muchos de los ecuatorianos,
un endorracismo, es decir una negación de nuestro propio origen y configuración
genética que lleva a un odio de sí mismo y su identidad. Demostró ya el
científico César Paz y Miño que los ecuatorianos tenemos cerca de 60% de genes
indígenas, muy por debajo de los caucásicos, y que inclusive están presentes
genes de origen afro. Sin embargo, los insultos a los indígenas solo expresan
ese abismo entre lo que somos y pretendemos ser.
El paro de 2022 ha sido una muestra contundente de la
potencia de un movimiento indígena, cuya representación política, Pachakutik,
no ha dado la talla. La política contenciosa expresada en las consecutivas
jornadas de movilización se posiciona claramente por la falla de la
representación política en todos los grupos y partidos, incluido el correísmo,
para una parte de este grupo ha significado apenas haber conseguido “migajas”
mientras para otros sectores dentro de la misma tendencia se percibe la
urgencia de formar un bloque más sólido progresista y superar el clivaje
correísmo/anticorreísmo, lo cual solo sería posible sin el propio Correa.
Nuestra democracia representativa no funciona y la
democracia comunitaria, contemplada en la propia Constitución, nos ha mostrado
que puede ser eficaz no solo por el sentido comunitario sino por el democrático
que pudimos ver en la negociación antes de la firma del acuerdo, con un
Leonidas Iza que dio cátedra de cómo llegar a consensos con grupos diversos en
medio de un clima de tensión al máximo.
Así, se abre ahora un nuevo ciclo político para el país,
un gobierno derrotado por sus propios errores y también por los aciertos de su
contendor debe gobernar por tres años más sin legitimidad ni mayoría en la
Asamblea. Un país que debe aprender a convivir con sus diferencias y
reconocerse a sí mismo por lo que es en su sustrato identitario. Un movimiento
indígena ovacionado a la salida de Quito por su carácter enérgico, generoso y
reivindicativo con los más pobres del país, que ha sido calificado por medios
de comunicación extranjeros por haber tenido una victoria contundente.
Fotografías: Picboy
Artículo original en Diario el Telégrafo.
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Sobre
la autora: Monica Mancero Acosta es Doctora en Ciencias Sociales con
mención en Estudios Políticos por FLACSO-Ecuador. Es profesora de Teoría
Política en la facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Central
del Ecuador. Ha escrito diversos artículos y libros. Además, es articulista en Diario
el Telégrafo.
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