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Luciana Santillán Sosa: "Las TERFS contra las madres"

El otro día en mi clase de Historia de los feminismos y teorías feministas fui como siempre la que encendió la mecha. Quizá con el paso de los años ha dejado de importarme el qué dirán y a veces opino sin más. Me alegra mucho haberlo hecho en aquella ocasión ya que mi comentario dio paso a un par de sinceras confesiones por parte de mis compañeras. Confesiones éstas que me abrieron los ojos a una realidad que yo no vivo y de la que muy poco se habla.

Resulta que, en esa clase, una vez más, expuse mi inconformidad con un sector del feminismo. Específicamente con el feminismo radical trans excluyente, mejor conocido como TERF por sus siglas en inglés: Trans-exclusionary radical feminist. Narré a mis compañeres cómo fui violentada por aquellas sororas mujeres cuando en el año 2018 le advertí a una mujer trans que se estaban organizando para atacarla en “furiosa manada”.

Llamaban a esta mujer como: “macho con falda”, entre tantos otros insultos que ni siquiera deseo relatar. Mi punto se desarrolló con lo que pasó después, ya que por alertar a esa mujer me escracharon en varias páginas feministas como se hace con el más violento agresor o femicida y durante varios días esas mujeres llenaron mi Messenger con insultos y amenazas.

Entre esos insultos, me llamó la atención un par que se repetían frecuentemente como “alienada” y “defiende penes”. Además, aseguraban constantemente que aquello que hice se debía a mi necesidad de aprobación masculina. En aquella ocasión yo tenía mi foto de perfil de Facebook junto a mi compañero y lamentablemente al escrachar mi página él también fue expuesto. Paso a contarles un par de ataques que a él de a gratis le hicieron: ¡ahí está, al lado del opresor!, ¡se acuesta con nuestro enemigo!, ¡como todo macho, ese es un potencial femicida!, ¡Traidora, está junto a un macho asqueroso!

¿Traidora? ¿cómo así? Yo nunca les dije que estaba de su lado, pero en fin…

Ese día me di cuenta de que en otras partes del mundo estaba ocurriendo algo que hasta ese entonces aún no llegaba a Ecuador, el país en el que nací (esto que les narro pasó en CDMX). Las feministas radicales no solamente atacaban y acosaban en manada a mujeres trans, sino también a mujeres cis que no estábamos de acuerdo con “su lucha”.

Cuando les narré a mis compañeres la historia de aquel vil ataque algunas empezaron a pronunciarse. Les dejaré textualmente los mensajes que escribieron tres de mis compañeras en el chat de la clase:

“Es igual con las mujeres que decidimos ser mamás, en el femistómetro no calificamos para cierta parte del feminismo”

“Las personas suelen descalificarte por ser mamá. Ya no tienes lugar en el círculo de amigas solteras, ni tampoco en el círculo de la vida académica”

“Así es compañera, de pronto la voz de las madres deja de tener impacto solo por haber elegido ser madres”

Intenté durante estos días procesar la nueva (y valiosa) información que me había llegado. Lo que mis compañeras compartieron aquel día era algo que yo, por no ser madre, no había vivido y que, por lo tanto, desconocía completamente, pero que existía. Me pregunté cómo era posible que no lo haya notado antes, ¡es tan obvio! Una violencia es consecuencia de la otra, como en un juego de dominó caen las piezas en secuencia y terminan trasladándose inevitablemente a uno de los sectores más vulnerables: las infancias.

Las feministas radicales basan sus argumentos en criterios esencialistas. Por lo que si naciste con caracteres sexuales (bien definidos) correspondientes a lo considerado femenino dentro del binarismo hegemónico de género eres bienvenida dentro de su movimiento. Mientras que el varón, al convertirse en otredad, se construye en sus narrativas como el enemigo. Al ser así, ¿qué pasa con la orientación sexual y con el deseo? Si bien es cierto que la heterosexualidad es impuesta y obligatoria[1], no podemos violentar/excluir del feminismo a las mujeres que libremente se deciden por ello al ser lo más acorde a su propio deseo.

Es así que generalmente el ser madre lleva implícita la relación con un nacido varón. Incluso si eres lesbiana y te embarazas mediante inseminación artificial, el esperma proviene de un varón. Entonces, según este sector del feminismo radical, las mujeres que deciden ser madres de alguna manera se aliaron con el opresor. Además, manejan argumentos nefastos basados en absurdas generalizaciones que satanizan la maternidad, señalando que las madres no hacen más que perpetuar los roles de género asociados a la feminidad.

Para concluir este artículo de opinión, quiero decir que estoy cada vez más convencida de que debemos parar el avance de este feminismo que no solamente es transfóbico, sino también profundamente misógino y violento.

Violenta a las madres, a las diversidades sexuales (solo aprueba al lesbianismo), violenta a las infancias y, bueno, aunque siempre pareciera ser la última rueda del coche violenta a todos los hombres. Espero que no me ataquen por decirlo, pero creo que nunca podremos erradicar el machismo y la violencia de género si no trabajamos en conjunto con ellos.

            _____________________________

              Sobre la autora: Luciana Santillán Sosa es Economista por la Universidad Central del Ecuador. Tiene una Maestría en Ciencias Sociales con mención en Género y Desarrollo en FLACSO-Ecuador. Actualmente es estudiante del Doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es activista transfeminista, militante del colectivo “La Marcha de las Putas Ecuador”. Además, ha colaborado en el medio de comunicación Revista Crisis.



[1] Véase El pensamiento heterosexual y otros ensayos, de Monique Witting.

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