El
otro día en mi clase de Historia de los feminismos y teorías feministas fui
como siempre la que encendió la mecha. Quizá con el paso de los años ha dejado
de importarme el qué dirán y a veces opino sin más. Me alegra mucho haberlo
hecho en aquella ocasión ya que mi comentario dio paso a un par de sinceras confesiones
por parte de mis compañeras. Confesiones éstas que me abrieron los ojos a una
realidad que yo no vivo y de la que muy poco se habla.
Resulta
que, en esa clase, una vez más, expuse mi inconformidad con un sector del
feminismo. Específicamente con el feminismo radical trans excluyente, mejor
conocido como TERF por sus siglas en inglés: Trans-exclusionary radical feminist.
Narré a mis compañeres cómo fui violentada por aquellas sororas mujeres cuando en
el año 2018 le advertí a una mujer trans que se estaban organizando para
atacarla en “furiosa manada”.
Llamaban
a esta mujer como: “macho con falda”, entre tantos otros insultos que ni
siquiera deseo relatar. Mi punto se desarrolló con lo que pasó después, ya que
por alertar a esa mujer me escracharon en varias páginas feministas como se
hace con el más violento agresor o femicida y durante varios días esas mujeres llenaron
mi Messenger con insultos y amenazas.
Entre
esos insultos, me llamó la atención un par que se repetían frecuentemente como “alienada”
y “defiende penes”. Además, aseguraban constantemente que aquello que hice se
debía a mi necesidad de aprobación masculina. En aquella ocasión yo tenía mi
foto de perfil de Facebook junto a mi compañero y lamentablemente al escrachar
mi página él también fue expuesto. Paso a contarles un par de ataques que a él de
a gratis le hicieron: ¡ahí está, al lado del opresor!, ¡se acuesta con nuestro
enemigo!, ¡como todo macho, ese es un potencial femicida!, ¡Traidora, está
junto a un macho asqueroso!
¿Traidora?
¿cómo así? Yo nunca les dije que estaba de su lado, pero en fin…
Ese
día me di cuenta de que en otras partes del mundo estaba ocurriendo algo que
hasta ese entonces aún no llegaba a Ecuador, el país en el que nací (esto que
les narro pasó en CDMX). Las feministas radicales no solamente atacaban y
acosaban en manada a mujeres trans, sino también a mujeres cis que no estábamos
de acuerdo con “su lucha”.
Cuando
les narré a mis compañeres la historia de aquel vil ataque algunas empezaron a
pronunciarse. Les dejaré textualmente los mensajes que escribieron tres de mis compañeras
en el chat de la clase:
“Es igual con las mujeres que decidimos ser mamás, en el femistómetro no
calificamos para cierta parte del feminismo”
“Las personas suelen descalificarte por ser mamá. Ya no tienes lugar en el
círculo de amigas solteras, ni tampoco en el círculo de la vida académica”
“Así es
compañera, de pronto la voz de las madres deja de tener impacto solo por haber
elegido ser madres”
Intenté
durante estos días procesar la nueva (y valiosa) información que me había
llegado. Lo que mis compañeras compartieron aquel día era algo que yo, por no
ser madre, no había vivido y que, por lo tanto, desconocía completamente, pero que
existía. Me pregunté cómo era posible que no lo haya notado antes, ¡es tan
obvio! Una violencia es consecuencia de la otra, como en un juego de dominó
caen las piezas en secuencia y terminan trasladándose inevitablemente a uno de
los sectores más vulnerables: las infancias.
Las
feministas radicales basan sus argumentos en criterios esencialistas. Por lo
que si naciste con caracteres sexuales (bien definidos) correspondientes a lo
considerado femenino dentro del binarismo hegemónico de género eres bienvenida
dentro de su movimiento. Mientras que el varón, al convertirse en otredad, se
construye en sus narrativas como el enemigo. Al ser así, ¿qué pasa con la
orientación sexual y con el deseo? Si bien es cierto que la heterosexualidad es
impuesta y obligatoria[1], no podemos
violentar/excluir del feminismo a las mujeres que libremente se deciden por
ello al ser lo más acorde a su propio deseo.
Es
así que generalmente el ser madre lleva implícita la relación con un nacido
varón. Incluso si eres lesbiana y te embarazas mediante inseminación
artificial, el esperma proviene de un varón. Entonces, según este sector del
feminismo radical, las mujeres que deciden ser madres de alguna manera se
aliaron con el opresor. Además, manejan argumentos nefastos basados en absurdas
generalizaciones que satanizan la maternidad, señalando que las madres no hacen
más que perpetuar los roles de género asociados a la feminidad.
Para
concluir este artículo de opinión, quiero decir que estoy cada vez más convencida
de que debemos parar el avance de este feminismo que no solamente es
transfóbico, sino también profundamente misógino y violento.
Violenta
a las madres, a las diversidades sexuales (solo aprueba al lesbianismo),
violenta a las infancias y, bueno, aunque siempre pareciera ser la última rueda
del coche violenta a todos los hombres. Espero que no me ataquen por decirlo,
pero creo que nunca podremos erradicar el machismo y la violencia de género si
no trabajamos en conjunto con ellos.
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Sobre
la autora: Luciana Santillán Sosa es Economista por la Universidad
Central del Ecuador. Tiene una Maestría en Ciencias Sociales con mención en
Género y Desarrollo en FLACSO-Ecuador. Actualmente es estudiante del Doctorado
en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM). Es activista transfeminista, militante del colectivo “La Marcha de las
Putas Ecuador”. Además, ha colaborado en el medio de comunicación Revista
Crisis.
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