John Piedrahita: "Leer a Walter Benjamin desde el tiempo presente, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica"
En
el año 1935, Walter Benjamin se abocó a la empresa intelectual de esbozar una
teoría materialista del arte. Antes de la llegada del nazismo, Benjamin se
encontraba en el exilio en París. Su situación económica empeoraba. Además, no
alcanzaba -para ese entonces- un reconocimiento intelectual notorio. Sin
embargo, la rigurosidad teórica y archivística de Benjamin ayudaron para la
publicación de “La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica”. Su cercanía con la Escuela de Frankfurt -específicamente con
Theodor Adorno y Max Horkheimer- facilitó la publicación del texto. El objetivo
de Benjamin fue entregar un texto compuesto enteramente de citas. Una
compilación de ideas donde el autor fuese solo el compaginador.
Recomiendo
ampliamente leer la traducción al Español de La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica, realizada por Felisa Santos (2019). El libro se
puede encontrar en las redes sociales de “Ediciones Godot”. Por otro lado, el
lector encontrará una joya archivística: las cartas entre Max Horkheimer y
Walter Benjamin, en el transcurso de la escritura y publicación del libro.
Desde
la perspectiva de Walter Benjamin, no es lo mismo el arte en la sociedad
capitalista, que el arte en una posible sociedad comunista. Para desarrollar
esta hipótesis, el autor se vale del materialismo histórico para explicar como
el modo de producción capitalista genera sus propias técnicas de reproducción y
apropiación cultural. Benjamin hace un recorrido desde la historia del arte
-pero no la tradicional sino aplicando el materialismo histórico de Marx- para
comprender las características de las obras de arte en cada momento histórico.
Por
ejemplo, con la litografía la técnica de la reproducción logró un nivel, en
principio nuevo. El procedimiento era mucho más preciso porque se separó de la
aplicación del dibujo en una piedra en su entalladura de bloque o madera. La
litografía le dio a la gráfica, por primera vez, la posibilidad de llevar sus
productos al mercado no solo de manera masiva, sino en configuraciones nuevas
cada día.[1]
Sin
embargo, con la invención de la fotografía, el proceso de reproducción de la
imagen exoneró a la mano de las obligaciones artísticas más importantes. En ese
sentido, como el ojo capta más rápido lo que la mano dibuja, el proceso de
reproducción de la imagen se aceleró de una forma sin parangón.
Benjamin
sugiere que la reproducción masiva configuró el arte en su figura tradicional.
El arte tradicional se caracterizó por su concepto de autenticidad. Es decir,
una obra auténtica realizada una sola vez por el autor. Es cierto que las obras
de arte se copiaban y reproducían, pero su autenticidad residía en el original.
Es decir, en la expresión subjetiva e inédita de la autora o autor. La
autenticidad de una cosa, señala Benjamin, es el conjunto de todo lo que desde
el origen compete a la transmisibilidad, desde su duración material hasta su
condición de testimonio histórico. Este punto es importante si se tiene en
cuenta que toda producción cultural está inserta en un momento histórico
determinado. Una obra de arte es auténtica, según el autor, porque contiene en
su esencia un “aura”.
No
obstante, en el modo de producción capitalista, todo el ámbito de la
autenticidad se sustrae de la reproductibilidad técnica y naturalmente no solo
de la técnica.[2]
Se sustrae con la reproducción masiva el aura de la obra de arte. En efecto, la
técnica de la reproducción (…) desprende a lo reproducido del ámbito de la
tradición. Al multiplicar la reproducción pone, en lugar de su presencia única,
su presencia masiva. Y, de la misma manera, al permitir la reproducción ir al
encuentro del receptor en su peculiar situación, actualiza la reproducción. Estos
dos procesos conducen a una violenta perturbación de lo transmitido, una
perturbación de la tradición.[3] Esto es, desde la
perspectiva Benjaminiana, el reverso de la crisis y renovación actual de la
humanidad. El ejemplo más notorio, en la modernidad capitalista, es el cine.
Analizar
la historia del arte, desde el materialismo histórico, abre una ventana de
oportunidad para comprender los modos de percepción en cada momento de la
historia. En el transcurso de grandes periodos históricos, junto a todos los
modos de producción del colectivo humano, se modificó el tipo y modo de
percepción artística. Dicho de otro modo, la manera en que se organiza la
percepción humana no está condicionada solo naturalmente, sino también
históricamente.
Ahora
bien, es preciso definir el concepto de “aura” en Benjamin. El aura, señala el
autor de la escuela de Frankfurt, es un peculiar entretejido del espacio y
tiempo. Es, además, la aparición única de una distancia por próxima que pueda
estar. Por ejemplo, seguir en una tarde de verano una cadena de montañas que
descansa en el horizonte y, de esa observación, escribir un poema. Sin embargo,
en el modo de producción capitalista, declina la posibilidad de realizar una
obra de arte con su carácter aurático ¿por qué? Porque si la condición del aura
reside en su autenticidad, la reproducción masiva de la obra de arte la elimina
por medio de la producción en masa.
En
el esbozo por realizar una historia materialista del arte, Benjamin lo divide
en tres etapas:
La
primera es el arte tradicional. Las obras más antiguas, por ejemplo, surgieron
al servicio del rito y la religión. En ese momento, la obra de arte y su modo
de existencia aurática no se desprendía de su función ritual. Por ejemplo, en
el oscurantismo el arte estaba condicionado al cristianismo. Las producciones
artísticas tenían entonces una función religiosa.
La
segunda etapa tiene que ver con el arte del renacimiento. En el renacimiento se
dio un culto profano a la belleza. Se rompió lazos artísticos con el
oscurantismo. Sin embargo, según Benjamin, el culto a la belleza del
renacimiento también fue un ritual, pero secularizado.
La
tercera, y última etapa, es la del arte moderno. Con la llegada del primero
medio de reproducción de imágenes, “la fotografía”, se propuso la tesis del
arte por el arte. De allí en adelante, surgió una teología negativa del arte
directamente en la forma de la idea de un arte “puro” que rechaza no solo toda
función social, sino también cualquier determinación por parte de un tema
objetivo.[4]
Es
en esta última etapa donde la reproductibilidad técnica de la obra de arte la
emancipa por primera vez, en la historia del mundo, de su existencia
parasitaria como ritual. La obra de arte reproducida es, en medida creciente,
la reproducción de una obra de arte dispuesta a su reproductibilidad.[5] Empero, en el momento en
que el criterio de la autenticidad fracasa en la producción artística, toda
función social del arte se revoluciona. Tiene que sustituir su fundamentación
en el ritual por su fundamentación en la práxis: “La política”.
Por
otro lado, en la revisión materialista del arte, Benjamin insta a comprender la
historia del arte en dos polos: el arte en su valor cultual y el arte en su
valor de exposición. El valor cultual, por un lado, llama a mantener oculta la
obra de arte. Por ejemplo, ciertas estatuas de dioses que solo eran de acceso
sacerdotal -en la edad media-. Por otro lado, el valor de exposición reside en
la exhibición pública de las obras de arte.
En
la modernidad, y con los distintos métodos de reproducción técnica de la obra
de arte, su exponibilidad creció de tal manera que desplazó abruptamente al
arte en su valor cultual. En definitiva, la diferencia entre la técnica del
arte tradicional y la moderna es que -en la primera- hacía uso del hombre lo
más posible, mientras que en la modernidad se hace uso de la técnica del hombre
lo menos posible. Por tanto, la obra de Benjamin también es una propuesta
metodológica para comprender la historia del arte desde la dialéctica de Marx.
En palabras de Marx, se podría decir que en el arte tradicional y del
renacimiento se hacía uso del trabajo vivo. Por su parte, en el arte moderno lo
que predomina es el trabajo muerto -la máquina-. El primero realiza al ser
humano desde sus habilidades artísticas, el segundo lo enajena.
En
definitiva, el origen de la técnica industrial y moderna se encuentra allí
donde el hombre por primera vez, y con inconsciente astucia, logró tomar
distancia de la naturaleza.[6] Es lo que en palabras de
Adorno y Horkheimer se conoce como “la razón instrumental”. Cuando el hombre se
separó subjetivamente de la naturaleza, para dominarla desde la razón.
En
conclusión, nunca antes las obras de arte han sido reproducidas técnicamente en
cantidad tan alta y tan ampliadamente como hoy. Al separar al arte de su
fundamento cultual y aurático los tiempos de la reproductibilidad técnica
extinguieron para siempre la apariencia de la autonomía artística. En la
representación del ser humano a través de los aparatos, su auto-extrañamiento experimentó
una adaptación altamente productiva. Además, en palabras del autor, no hay que
olvidar la utilización política del arte en la modernidad. El arte esgrime el
control de las masas, porque por medio de las creaciones se puede generar
subjetividades afines y defensoras del sistema capitalista.
No
es casualidad que las grandes industrias cinematográficas se hayan desarrollado
en los Estados Unidos. Por medio del cine se ha puesto en movimiento un aparato
publicitario inmenso. Todo esto para falsear, por vía de la reproducción masiva,
el originario y legítimo interés de las masas por el arte. Por eso, lo que vale
la pena para el capital cinematográfico en particular es lo que vale para el
fascismo en general, que explota secretamente la necesidad ineludible de las
masas en el consumo artístico. La producción artística se acapara en manos de
una minoría pudiente. Además, el arte moderno logra canalizar las punciones de
violencia de las masas. Por medio del cine, los sujetos experimentan la
violencia que, bajo las leyes modernas, no podrían cometer. Es un mecanismo de
control que apunta a que las clases dominadas incorporen como propios los
valores espirituales de la burguesía y, además, controlen sus impulsos a la
rebelión contra el sistema.
En
ese sentido, la expropiación del capital artístico, según Benjamin, es una
demanda urgente del proletariado. Considero que la Obra de arte en la época
de su reproductibilidad técnica es un libro indispensable y vigente.
Permite comprender la relación que tenemos los seres humanos con el arte en la
modernidad. Además, nos brinda las herramientas metodológicas para comprender
la historia del arte desde la dialéctica y el materialismo histórico de Marx.
Los modos de producción económicos no solo condicionan a los seres humanos en
su relación con los medios de producción y por su posición de clase en el
sistema, sino que, además, genera subjetividades, cosmovisiones y formas de
entender el mundo. Mientras el arte se encuentre secuestrado por la burguesía,
por medio de la reproductibilidad técnica masiva, las subjetividades seguirán
bajo el control de las clases dominantes. Invito a las personas que leyeron
esta reseña a adentrarse en el pensamiento de Benjamin. Fue un autor que, sin
duda, revolucionó la teoría crítica al analizar la literatura, el cine y el
teatro desde los lentes del materialismo histórico. Es una apuesta fundamental
para todas y todos los historiadores del tiempo presente.
[1] Walter Benjamin, La obra de arte
en la época de su reproductibilidad técnica. Ediciones Godot, 2019, 86.
[2] Ibíd, 87.
[3] Ibíd, 88-89.
[4]
Ibíd, 92.
[5]
Ibíd, 93.
[6]
Ibíd, 96.
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